miércoles, 6 de agosto de 2008

YOU TALKING TO ME?

Wicius Yamasato, biólogo y creador del postnet multimedial, realizó un interesante experimento en el centro de Montevideo.
Después de una exhaustiva investigación seleccionó una especie de pez que no posee parpados ( hay que aclarar también, que al final de la exhaustiva investigación se dio cuenta de otro hallazgo para su corta carrera: a casi todos los peces les faltan los párpados) en éste caso eligió un ejemplar de la especie llamada “vieja del agua”. Lo colocó en una pecera redonda con un diámetro de 8 largos de su cuerpo, con piedritas en el fondo pero sin plantas, le dio una mínima ración de comida una mañana de viernes y lo colocó en un mesita redonda en una esquina del centro Montevideano. A la vez, colocó una cámara para filmar el comportamiento del animal.
Con esto quería ver los efectos de los mensajes a los que uno está acostumbrado a recibir en la calle; pero esta vez en un animal sin parpados con lo cual es más intenso el ataque ya que no hay posibilidad de pestaneo.
En la hora 6 el pez permaneció una hora inmóvil mirando la tapa de una revista de chimentos, luego se movió, se colocó prestando atención a la gente que caminaba por la vereda, según Yamasato miraba especialmente atento a la minifaldas –nuestro biólogo suponía que era hembra pero esta evidencia dio por tierra su primera idea; dándole la razón al dueño del acuario que se lo vendió-.
En la hora 11 fija la mirada sobre un sticker de Mastercard que estaba pegado en el vidrio de una boutique. Según Yamasato en la hora 14, el animal, con su boca, hizo dos círculos en el vidrio de la pecera. Dos círculos que se superponían en un sector, con lo cual deduce que la influencia de las marcas a la que fue expuesto durante todo el día lo llevó a representar el logotipo de la tarjeta de crédito.
Lamentablemente no hay más detalles de esto ya que el camarógrafo sólo había llevado un casette de dos horas de duración, y no alcanzó más que para la primer etapa de la experiencia. Tampoco Yamasato tiene testigos. Luego de la corta filmación el biólogo mantiene una violenta discusión el nipon en donde, tras un mal paso, el camarógrafo se tropieza con la pecera y la misma pierde un poco de agua (aparentemente el 60%): pero al reincorporarse logra acertar un cross de derecha sobre el biólogo. A partir de este hecho el camarógrafo huye, raudo, dejando desmayado a Wicius por dos horas aproximadamente.
Felízmente nuestro biólogo se pudo despertar- gracias a un poco de agua que le tiraron en la cara, salida de la misma pecera- en la hora 5:30 aproximadamente y seguir con el experimento.
La conclusión a la que arriba Yamasato en este caso, es que si bien en el centro de Montevideo pasa mucha gente y hay muchos mensajes para analizar, si la experiencia la hubiera hecho en New York, el animal hubiera representado el logo de Dolce Gabanna. Con lo cual Wicius va mas lejos con otra hipótesis: si repetimos esta experiencia en el museo de Louvre y con niños de 3 años, en poco tiempo tendríamos decenas de plagiadores de Miguel Angel (suponemos que quiso decir Leonardo da Vinci o algún otro, ya que no hay obras de Miguel Angel en este distinguido museo).

Así lo de Wicius puede parecer una exageración. Ya que los humanos podemos parpadear y además seleccionar los mensajes que queremos recibir o decodificar. Pero no podemos evitar estar expuestos a un bombardeo constante de mensajes visuales.
Esos mensajes forman parte de un sistema de comunicación. Visual y particularmente complejo. Complejo por las características que tiene la comunicación visual en un entorno tan caótico como es la vida en una ciudad.
Como en toda comunicación hay emisor, receptor, mensaje y canal o medio. Pero parados en una calle cualquiera de una ciudad nos vemos afectados por millones de mensajes y emisores gritando desaforadamente para que el mensaje de cada uno nos llegue y, además, nos afecte o nos impulse a una reacción consecuente.
Los que gritan no sólo son carteles o vías públicas realizadas por profesionales, sino también tenemos elementos publicitarios producidos sin ningún tipo de criterio y además situaciones que suceden en la misma calle y que nos llaman la atención: desde la ropa o el traje de un hombre, un adolescente, una minifalda, hasta un auto.
No se cual es el hemisferio ni la manera en que nuestro cerebro trabaja para poder discriminar entre tantas imágenes pero me parece un milagro que no nos exploten los ojos o que la migraña no sea una epidemia.
Justamente Buenos Aires no se caracteriza por haber desarrollado leyes para limitar el uso del espacio público y limitar la contaminación visual. Sumado a nuestra propia idioscincracia cosmopolita es raro que Buenos Aires todavía conserve una belleza muy particular.
Sin embargo resulta interesante analizar este fenómeno, ya que esa mínima fracción de segundo en que el ojo y el cerebro repasan cada una de las imágenes y discriminan las que no les interesan haciendo que la “comunicación” de esos millones de mensajes funcione en alguna medida.
Todos los mensajes le gritan a todos, sin embargo en ellos mismos hay elementos que los componen y funcionan para que sean discriminados por quienes no se identifiquen con el grupo al que supuestamente le esta dirigido.
Por ejemplo en la edad media no cualquiera sabía leer, con lo cual el hombre común no tenia acceso a muchísimos elementos comunicacionales. Además eran pocos los medios a los cuales podía acceder para leer.
Hoy en día tenemos dos casos: uno, los que saben leer y pueden leer todo y discriminar que es lo que les interesa; y dos, los que no saben leer pero tienen mensajes que pueden decodificar a pesar de su falta. El capitalismo no es que sea un sistema de inclusión sino que no se olvida de ningún posible consumidor.
De esta manera hay dos puntos interesantes para analizar sobre todos esos emisores que nos están hablando y son lo “masivo” y lo “selectivo” del mensaje de cada uno. Porque les hablan a millones como quien dispara con una ametralladora a mansalva. Pero a la vez entre esos disparos es “selectiva” la elección de los receptores de las balas, ya sea por la decisión de quien la recibe o del que la dispara.
Entonces vemos millones de mensajes simultáneos, a lectores simultáneos pero decodificadores selectivos.

La pregunta siguiente es: que elementos que componen el mensaje visual hacen que el lector sepa si le habla a el? Es tan sutil la pregunta como la causa de este fenómeno.
Dentro de los elementos de comunicación, tenemos colores, composición, formas pero además tenemos un texto que según las palabras y su redacción (igual que con el resto de los elementos) ya esta especificando su receptor.
Entonces, seguramente, ésto sea lo que produce el efecto de selección del receptor.

Pero que pasa con los elementos visuales que lo componen y que son los primeros que se leen como la forma, el color, etc?
Estos elementos se leen rápidamente ya que no pertenecen a un sistema de símbolos como lo es la escritura. Sin embargo, hay una paleta de colores que refiere a cierto grupo social, a cierto estilo de vida, a un producto, etc y por lo tanto ya actúa como elemento de identificación con el posible consumidor.

Los elementos fundamentales del diseño son el punto, la línea, el contorno, dirección, tono, color, saturación, escala, dimensión y movimiento. Estos elementos están en cualquier forma (ya sea una tipografía o una figura) y actúan como variables que forman el mensaje de lo que estamos mirando. Todas estas variables sufren su decodificación en milésimas de segundo. Con lo cual es mucho más rápido y universal que cualquier cosa escrita. Incluso si lo aplicamos al terreno de las tipografías primero se leería el mensaje de éstas variables y luego el significado de la palabra que leemos. Con lo cual una primera lectura nos estaría subjetivando la segunda.

Ahora bien. Esta primera lectura, creo yo, es la que segmenta el público objetivo. Creo que los colores, la forma, etc es lo que crea una identificación primaria en el lector. Luego vendría una segunda lectura un poco más profunda que confirma esa identificación o el rechazo, según el caso.

Entonces, con todo esto quiero mostrar que las millones de personas que circulan por las calles del mundo son lectores de un sistema de símbolos que los influencia en algunas decisiones, que además no todos saben usarlo y que los agrupa.
Hay una actitud pasiva hacia la influencia del mensaje que ejerce en el observador. Pienso que si el mensaje fuera oral, con un interlocutor gritándole a la gente, como lo hacen los carteles en la calle; las personas contestarían gritando de la misma manera. Imagínense si reemplazáramos cada uno de los carteles de la calle por una persona hablando, realmente creo que la consecuencia no sería menos que una batalla campal. Ya que la violencia del orador gritando no es más que la violencia que ejerce cualquier cartel de la vía pública en cualquier calle de Buenos Aires. Están en el medio de las veredas, de colores vibrantes, cada uno más grande que el otro, apareciendo insesantes uno detrás del otro, pegados en postes de luz, paredes, unos sobre otros, colgados de techos, con luces, etc etc etc.
Y nosotros espectadores, como ese pez en una esquina, observando todo, sin decir nada, solo teniendo una respuesta de forma física, parpadeando, moviéndonos, dando vuelta la cara, o sintiendo la falta de eso que nos están mostrando.

Ahora bien, y dirigido a todo aquel que hace o coloca un cartel en la calle, que pinta un frente de una casa o de un negocio, que quiere que lo vean de alguna manera. ¿No pensaron que en este caos, lo que mejor se ve es el orden? ¿Que en ésta cultura visual kisch, la armonía podría ser el diferencial que insite al observador a dedicarles unos segundos más?
Imaginen estar en un lugar con gente gritando alrededor, seguro no van a gritar ustedes también, sino que van a hacer silencio y salir de ahí. El silencio es la armonía en un lugar de sonidos.
Así como en los colores para que se valore el blanco debe haber negro, o para que haya luz debe haber oscuridad, en esta realidad visual caótica la armonía es lo que esta faltando.
Lamentablemente no sólo son diseñadores o artistas plásticos o personas con cierta inquietud estética los que ponen carteles. Seguro ellos entenderían más fácil esto que estoy diciendo. Pero estaría bueno empezar a adoctrinar, a proponerles a los neófitos dueños de cartelería o elementos gráficos que forman parte de nuestro paisaje, que apuesten al “no caos”; a la armonía; no a la armonía academicista, de los claustros, de pseudointelectuales; sino una armonía que surja de la propia vida de esa ciudad, del mismo ritmo, de los mismos colores que tiene su gente y su propia idiosincrasia.
Sin ser ambiciosos ni pretenciosos. Sólo auténticos, sólo eso. Pensando en que es lo que les gustaría ver, como quieren que les hablen, y así hablar. Y asumiendo su propia realidad.
Habría que preguntarse como somos; desaturados, complejos, inorgánicos, violentos, caóticos, pasionales y ahí empezaríamos a encontrar nuestra propia estética como ciudad.

No hay comentarios: